Los discípulos están llamados a hacerse como los niños, porque los pequeños son quienes han recibido la revelación como don de la benevolencia del Padre (cf. Mt 11, 25s). También por eso deben acoger a los niños como a Jesús mismo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe» (Mt 18, 5). Jesús, por su parte, siente un profundo respeto hacia los niños, y advierte: «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18, 10). Y cuando los niños gritan en el templo en su honor: «Hosanna al Hijo de David!», Jesús aprecia y justifica su actitud como alabanza hecha a Dios (cf. Mt 21, 15-16). Su homenaje contrasta con la incredulidad de sus adversarios. El amor y la estima de Jesús hacia los niños son una luz para la Iglesia, que imita a su fundador, y no puede menos de acoger a los niños como Él los acogió. (…) La Iglesia se siente comprometida a cuidar la formación cristiana de los niños, que a menudo no está asegurada suficientemente. Se trata de formarlos en la fe, con la enseñanza de la doctrina cristiana en la caridad para con todos y en la oración, según las tradiciones más hermosas de las familias cristianas, que para muchos de nosotros son inolvidables y siempre benditas. (San Juan Pablo II – Audiencia general, 17 de agosto de 1994)

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