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«Para Dios nada hay imposible…» (Lc 1, 37). Sólo con la omnipotencia que ama, sólo con la inescrutable potencia del amor de Dios se puede explicar el hecho de que la Virgen —hija de padres humanos y de generaciones humanas— se convierta en la Madre de Dios. Y, sin embargo, este hecho era incomprensible para Ella misma: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). Pero ¡»para Dios nada hay imposible»! Puesto que la omnipotencia del Eterno Padre y la infinita potencia de amor que actúa con la fuerza del Espíritu Santo hacen que el Hijo de Dios se convierta en hombre en el seno de la Virgen de Nazaret, entonces la misma potencia en previsión de los méritos del Redentor, preserva a su Madre de la herencia del pecado original. «¡Para Dios nada hay, imposible”! Escuchando la Palabra de Dios vivo, la cual nos habla desde lo profundo del primer adviento, salgamos al encuentro de todo lo que el tiempo del hombre y del mundo nos puede traer. Caminemos, unidos, a la Mujer por excelencia, María. (Juan Pablo II, Homilía del 8 de diciembre de 1981)

Hoy, segundo domingo de Adviento, el Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan el Bautista. El texto dice que «llevaba un vestido de pelos de camello», que «su comida eran langostas y miel silvestre» (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca» (v. 2). Predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. (…) En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular. (…) Por ello, Juan les dice: «Dad, pues, digno fruto de conversión» (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!” De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. (…)   Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos?  El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras —cada uno de nosotros tiene una— y ponernos a la fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. (Papa Francisco – Ángelus, 4 de diciembre de 2022)

Por qué anunciar. La motivación está en cinco palabras de Jesús que nos hará bien recordar: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (v. 8). Son cinco palabras. ¿Pero por qué anunciar? Porque gratuitamente yo he recibido y debo dar gratuitamente. El anuncio no parte de nosotros, sino de la belleza de lo que hemos recibido gratis, sin mérito: encontrar a Jesús, conocerlo, descubrir que somos amados y salvados. Es un don tan grande que no podemos guardarlo para nosotros, sentimos la necesidad de difundirlo; pero con el mismo estilo, es decir con gratuidad. En otras palabras: tenemos un don, por eso estamos llamados a hacernos don; hemos recibido un don y nuestra vocación es hacernos nosotros don para los otros; está en nosotros la alegría de ser hijos de Dios, ¡debe ser compartida con los hermanos y las hermanas que todavía no lo saben! Este es el porqué del anuncio. Ir y llevar la alegría de lo que nosotros hemos recibido.  (Papa Francisco – Audiencia general, 15 de febrero de 2023)

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