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Jesús abre los brazos de par en par a los pecadores. Cuánta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie dispuesto a mirarlo o mirarla de manera diferente, con los ojos, mejor, con el corazón de Dios, es decir mirarlos con esperanza. Jesús en cambio ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado muchas elecciones equivocadas. Jesús siempre está allí, con el corazón abierto; abre de par en par esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca: ¡así es Jesús!

A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, a bajo precio. Los Evangelios conservan las primeras reacciones negativas hacia Jesús precisamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (cf. Marcos 2, 1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía «equivocado». Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, hasta tal punto que le acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera esa sensación de opresión de sentirse equivocado. (…) Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado «a buen precio», deberíamos recordar de vez en cuando cuánto hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús!  (Audiencia general, 9 de agosto de 2017)

El Evangelio de hoy (cf. Mc 1,40-45) nos presenta el encuentro entre Jesús y un hombre enfermo de lepra. Los leprosos eran considerados impuros y, según las prescripciones de la Ley, debían permanecer fuera de los lugares habitados. Eran excluidos de toda relación humana, social y religiosa. Por ejemplo, no podían entrar en la sinagoga, no podían entrar en el Templo, también religiosamente. Jesús, en cambio, deja que se le acerque aquel hombre, se conmueve, incluso extiende la mano y lo toca. Esto era impensable en aquel tiempo. De este modo, realiza la Buena Noticia que anuncia: Dios se ha hecho cercano a nuestra vida, tiene compasión de la suerte de la humanidad herida y viene a derribar toda barrera que nos impide vivir nuestra relación con Él, con los demás y con nosotros mismos. Se hizo cercano. Cercanía. Recuérdense bien de esta palabra: cercanía, compasión. El evangelio dice que Jesús al ver al leproso “tuvo compasión de él”. Y ternura. Tres palabras que indican el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura.  (…) Permítanme aquí un pensamiento para tantos buenos sacerdotes, confesores, que tienen este comportamiento de atraer a la gente, a mucha gente que se siente una nada, se siente “por los suelos” por sus pecados… Pero con ternura, con compasión… Son buenos esos confesores que no están con el látigo en la mano, sino para recibir, escuchar y decir que Dios es bueno, que Dios perdona siempre, que Dios no se cansa de perdonar.  (Ángelus, Plaza San Pedro, 14 de febrero de 2021)

El Evangelio de hoy (cf. Mc 1,29-39) presenta la sanación, por parte de Jesús, de la suegra de Pedro y después de otros muchos enfermos y sufrientes que se agolpaban junto a Él. La de la suegra de Pedro es la primera sanación física contada por Marcos: la mujer se encontraba en la cama con fiebre; la actitud y el gesto de Jesús con ella son emblemáticos: «Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó» (v. 31), señala el Evangelista. Hay mucha dulzura en este sencillo acto, que parece casi natural: «La fiebre la dejó y ella se puso a servirles» (ibid.). El poder sanador de Jesús no encuentra ninguna resistencia; y la persona sanada retoma su vida normal, pensando enseguida en los otros y no en sí misma, y esto es significativo, ¡es signo de verdadera salud! (…)

Desde el principio, por tanto, Jesús muestra su predilección por las personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu: es una predilección de Jesús acercarse a las personas que sufren tanto en el cuerpo como en el espíritu. Es la predilección del Padre, que Él encarna y manifiesta con obras y palabras. Sus discípulos han sido testigos oculares, han visto esto y después lo han testimoniado. Pero Jesús no les ha querido solo espectadores de su misión: les ha involucrado, les ha enviado, les ha dado también a ellos el poder de sanar a los enfermos y de expulsar a los demonios (cf. Mt 10,1; Mc 6,7). Y esto ha proseguido sin interrupción en la vida de la Iglesia, hasta hoy. Y esto es importante. Cuidar de los enfermos de todo tipo no es para la Iglesia una “actividad opcional”, ¡no! No es algo accesorio, no. Cuidar de los enfermos de todo tipo forma parte integrante de la misión de la Iglesia, como lo era de la de Jesús. Y esta misión es llevar la ternura de Dios a la humanidad sufriente.  (Ángelus, Plaza San Pedro, 7 de febrero de 2021)

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