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Mateo 7, 21-29

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: ‘¡Señor, Señor!, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros?’ Entonces yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente».

Cuando Jesús terminó de hablar, la gente quedó asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Señor Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Mediante estas imágenes llenas de significado, quiere transmitirles el sentido de su misión y de su testimonio. La sal, en la cultura de Oriente Medio, evoca varios valores como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. La luz es la primera obra de Dios creador y es fuente de la vida; la misma Palabra de Dios es comparada con la luz, como proclama el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119, 105). (…) el profeta Isaías dice: «Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (58, 10). La sabiduría resume en sí los efectos benéficos de la sal y de la luz: de hecho, los discípulos del Señor están llamados a dar nuevo «sabor» al mundo, y a preservarlo de la corrupción, con la sabiduría de Dios, que resplandece plenamente en el rostro del Hijo, porque él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Unidos a él, los cristianos pueden difundir en medio de las tinieblas de la indiferencia y del egoísmo la luz del amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de los hombres. (Benedicto XVI – Angelus, 6 de febrero de 2011)

Palabras del Santo Padre

El estupor de los que lo escuchan es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente —y también en nosotros— preguntas y, al final, suscitar una decisión. Antes que nada las preguntas: ¿qué significa «comer la carne y beber la sangre» de Jesús? ¿es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en «signo» del Sacrificio que le espera. Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se convierten realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él. De hecho dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (v. 56). Ese «habitar»: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro «sí», nuestra adhesión de fe. (Ángelus, 16 de agosto de 2015)

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