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Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.

Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos».

Juan 19, 25-34

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre,  la hermana de su madre, María la de Cleofás,  y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería,  Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,  para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo  y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo:  “Todo está cumplido”,  e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
 
Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua,  para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado,  porque aquel sábado era un día muy solemne,  pidieron a Pilato que les quebraran las piernas  y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno  y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto,  no le quebraron las piernas,  sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza  e inmediatamente salió sangre y agua.

Juan 14, 15-16. 23b-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad.

El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.

Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho».

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