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La solemnidad de Jesucristo Rey del universo, que celebramos hoy, se coloca al final del año litúrgico y recuerda que la vida de la creación no avanza de forma aleatoria, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno. El pasaje evangélico de hoy (cf. Juan 18, 33b-37) nos habla de este reino, el reino de Cristo, el reino de Jesús, relatando la situación humillante en la que se encontró Jesús después de ser arrestado en el Getsemaní: atado, insultado, acusado y conducido frente a las autoridades de Jerusalén. Y después, es presentado al procurador romano, como uno que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los judíos. Pilato entonces hace su petición y en un interrogatorio le pregunta al menos dos veces si Él era un rey (cf. vv. 33b.37).

Y Jesús en primer lugar responde que su reino «no es de este mundo» (v. 36). después afirma: «sí, como dices, soy Rey» (v.37). Es evidente, por toda su vida, que Jesús no tiene ambiciones políticas. Recordemos que, tras la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada por el milagro, quería proclamarlo rey para que derrotara al poder romano y restableciese el reino de Israel.  (…)

Jesús hoy nos pide que dejemos que Él se convierta en nuestro rey. Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, e indica —este rey— el camino al hombre perdido da luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día. (…) Que la Virgen María nos ayude a acoger a Jesús como rey de nuestra vida y a difundir su reino, dando testimonio a la verdad que es el amor. (Ángelus, 25 de noviembre de 2018)

Nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena. Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena, y esa vida plena es la que ilumina nuestro camino. Por lo tanto, la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivientes… Está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el inicio de un nuevo tiempo de alegría y luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y su amor, y así podemos pregustar algo de la vida resucitada. (Ángelus, 10 noviembre 2013)

Cómo los jefes de los sacerdotes y los escribas «se enfadaron». Jesús no los expulsa a ellos del templo, sino a los que «hacían negocios, a los especuladores del templo»; sin embargo «los jefes de los sacerdotes y los escribas estaban vinculados a ellos», porque evidentemente recibían dinero de ellos. Existía, dijo el Papa Francisco, la «santa tangente». Y ellos «estaban a pegados al dinero y veneraban a esta “santa”». En el Evangelio se leen palabras muy fuertes y se dice que los jefes de los sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo «buscaban acabar con Él». Lo mismo había pasado en tiempos de Judas Macabeo. «¿Por qué?» se preguntó el Pontífice, explicando la dificultad en la que se debatía quien acabaría con Jesús: «No sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de Él, escuchándolo». La fuerza de Jesús, por lo tanto, «era su palabra, su testimonio, su amor. Y donde está Jesús, no hay sitio para la mundanidad, no hay sitio para la corrupción». «esta es la lucha de cada uno de nosotros, esta es la lucha cotidiana de la Iglesia», que está llamada a estar «siempre con Jesús». Y los cristianos deben estar «siempre pendientes de sus labios, para escuchar su palabra; y nunca buscar seguridades donde hay cosas de otro patrón». Por lo demás, «no se puede servir a dos señores: o Dios o las riquezas; o Dios o el poder».  (Homilía Santa Marta, 20 de noviembre de 2015)

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