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«La predicación evangélica nace de la gratuidad, del estupor de la salvación que llega; y eso que he recibido gratuitamente, debo darlo gratuitamente» Y desde el principio fueron así. San Pedro no tenía cuenta bancaria, y cuando tuvo que pagar impuestos el Señor lo envió al mar a pescar un pez y encontrar la moneda dentro del pez, para pagar. […] Todo es gracia. Todo. ¿Y cuáles son los signos cuando un apóstol experimenta esta gratuidad? Primero, la pobreza. El anuncio del Evangelio debe recorrer el camino de la pobreza. El testimonio de esta pobreza: no tengo riquezas, mi riqueza es sólo el don que recibí, Dios. Esta gratuidad: ¡ésta es nuestra riqueza! Y esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, empresarios… Las obras de la Iglesia deben llevarse adelante, y algunas son un poco complejas; pero con corazón de pobreza, no con corazón de inversor o de emprendedor, ¿no? […] Cuando encontramos apóstoles que quieren enriquecer a la Iglesia, sin elogios gratuitos, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una ONG, la Iglesia no tiene vida. Hoy pedimos al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad: «Recibisteis gratuitamente, dad gratuitamente». Reconoced esta gratuidad, ese don de Dios. Y con esta gratuidad avanzamos también nosotros en la predicación evangélica. (Homilía Santa Marta, 11 de junio de 2013)

Nos sorprende, y nos hace reflexionar esta palabra del Señor: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre”, “el que cree en mí, tiene la vida eterna”. Nos hace reflexionar. Esta palabra introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana, todos nosotros, y la persona de Jesús, donde el Padre juega un papel decisivo, y naturalmente, también el Espíritu Santo, que está implícito aquí. No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio, eso es importante ¿eh?, pero no basta. No basta ni siquiera asistir a un milagro, como el de la multiplicación de los panes. (…) Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos. En cambio, la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe. Entonces, con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del “Pan de la vida” que Jesús nos dona, y que Él expresa así: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). En Jesús, en su “carne” –es decir, en su concreta humanidad– está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna. (Ángelus, 9 de agosto de 2015)

esús ha llevado al mundo una esperanza nueva y lo ha hecho como la semilla: se ha hecho pequeño, como un grano de trigo; ha dejado su gloria celeste para venir entre nosotros: ha “caído en la tierra”. Pero todavía no era suficiente. Para dar fruto Jesús ha vivido el amor hasta el fondo, dejándose romper por la muerte como una semilla se deja romper bajo tierra. Precisamente allí, en el punto extremo de su abajamiento —que es también el punto más alto del amor— ha germinado la esperanza. Si alguno de vosotros pregunta: “¿Cómo nace la esperanza?”. “De la cruz. Mira la cruz, mira al Cristo Crucificado y de allí te llegará la esperanza que ya no desaparece, esa que dura hasta la vida eterna”. Y esta esperanza ha germinado precisamente por la fuerza del amor: porque es el amor que «todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Corintios 13, 7), el amor que es la vida de Dios ha renovado todo lo que ha alcanzado. Así, en Pascua, Jesús ha transformado, tomándolo sobre sí, nuestro pecado en perdón. Pero escuchad bien cómo es la transformación que hace la Pascua: Jesús ha transformado nuestro pecado en perdón, nuestra muerte en resurrección, nuestro miedo en confianza. Es por esto porque allí, en la cruz, ha nacido y renace siempre nuestra esperanza; es por esto que con Jesús cada oscuridad nuestra puede ser transformada en luz, toda derrota en victoria, toda desilusión en esperanza. Toda: sí, toda. La esperanza supera todo, porque nace del amor de Jesús que se ha hecho como el grano de trigo en la tierra y ha muerto para dar vida y de esa vida plena de amor viene la esperanza. Cuando elegimos la esperanza de Jesús, poco a poco descubrimos que la forma de vivir vencedora es la de la semilla, la del amor humilde. (Audiencia general, 12 de abril de 2017)

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