Los Cantos del Siervo de Yahvéh encuentran amplia resonancia en el Nuevo Testamento, desde el comienzo de la actividad mesiánica de Jesús. Ya la descripción del bautismo en el Jordán permite establecer un paralelismo con los textos de Isaías. Escribe Mateo: “Bautizado Jesús. … he aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él” (Mt 3 16); en Isaías se dice: “He puesto mi espíritu sobre Él” (Is 42, 1). El Evangelista añade: “Mientras una voz del cielo decía: Esté es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt 3, 17), y en Isaías Dios dice del Siervo: “Mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42, 1). Juan Bautista señala a Jesús que se acerca al Jordán, con las palabras: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29), exclamación que representa casi una síntesis del contenido del Canto tercero y cuarto sobre el Siervo de Yahvéh sufriente. (…) Como los Evangelios, también los Hechos de los Apóstoles demuestran que la primera generación de los discípulos de Cristo, comenzando por los Apóstoles, está profundamente convencida de que en Jesús se cumplió todo lo que el Profeta Isaías había anunciado en sus Cantos inspirados: que Jesús es el elegido Siervo de Dios (cf. por ejemplo, Act 3, 13; 3, 26; 4, 27; 4, 30; 1 Pe 2, 22-25), que cumple la misión del Siervo de Yahvéh y trae la nueva ley, es la luz y alianza para todas las naciones (cf. Act 13, 46-47). (San Juan Pablo II – Audiencia general, 25 de febrero de 1987)

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