Esta reconciliación es la recreación del mundo, y ésta es la misión más profunda de Jesús: la redención de todos nosotros, pecadores. Y esto Jesús lo hace no con palabras, no con gestos, no andando por el camino, ¡no! Lo hace con su carne. Es Él, Dios, quien se hace uno de nosotros, hombre, para sanarnos desde dentro, a nosotros, pecadores. (…) Éste es el milagro más grande. ¿Y qué hace Jesús con esto? Nos hace niños, con la libertad de los niños. Y por esto podemos decir: “¡Padre!” Al contrario, nunca hubiéramos podido decir esto. “¡Padre!”, y decir “Padre” con tan buena y hermosa actitud. Con libertad. Éste es el gran milagro de Jesús. Él nos ha hecho libres del pecado, nos ha sanado en lo más profundo de nuestra existencia. Nos hará bien pensar en ello y pensar que es tan hermoso ser hijo. Esta libertad de los hijos es tan hermosa, porque el Hijo está en casa. Jesús nos abrió las puertas de su casa, ahora estamos en casa. (…) Esa es la raíz de nuestro coraje: soy libre, soy hijo, el Padre me ama y yo amo al Padre. Pidamos al Señor la gracia de comprender bien esta obra suya, esto que Dios ha hecho en Él. Dios ha reconciliado consigo al mundo en Cristo, confiándonos a nosotros la palabra de la reconciliación. Y la gracia de llevar adelante con fuerza, con la libertad de los hijos, esta palabra de reconciliación. Somos salvos en Jesucristo y nadie nos puede robar este documento de identidad: este es mi nombre, hijo de Dios. Bonito documento de identidad. Estado civil: soltero. Así sea. (Homilía Santa Marta, 4 de julio de 2013)

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