El episodio surge de un hecho concreto: las personas están hambrientas y Jesús involucra a sus discípulos para que esta hambre se sacie. Este es el hecho concreto. A la multitud, Jesús no se limitó a donar esto —ofreció su Palabra, su consuelo, su salvación, su vida—, pero ciertamente hizo también esto: se encargó del alimento para el cuerpo. El amor de Dios por la humanidad hambrienta de pan, de libertad, de justicia, de paz, y sobre todo de su gracia divina nunca falla. Jesús continúa también hoy quitando el hambre, haciéndose presencia viva que da consuelo, y lo hace a través de nosotros. Por lo tanto, el Evangelio nos invita a estar disponibles y laboriosos, como aquel chico que se da cuenta de que tiene cinco panes y dice: «Yo doy esto, después tú verás…». Frente al grito de hambre —toda clase de «hambre»— de tantos hermanos y hermanas en todas partes del mundo, no podemos quedarnos como meros espectadores alejados y tranquilos. El anuncio de Cristo, pan de vida eterna, requiere un generoso compromiso de solidaridad por los pobres, los débiles, los últimos, los indefensos. (Ángelus, 29 de julio de 2018)

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