Deseo exhortaros a tener siempre confianza total en la acción de la gracia divina. (…) Efectivamente, Jesús insiste en que permanezcamos en El, en permanecer en su amor, en que seamos sarmientos injertados en la Vid, para dar frutos abundantes; Jesús advierte claramente: «Sin mí no podéis hacer’ nada» (Jn 15, 5) e invita a orar siempre sin desfallecer jamás (Lc 18, 1). En las varías crisis actuales de las ideas y de las costumbres a veces podemos sentirnos desilusionados y derrotados; sentir como la hora de Getsemaní, la hora de la cruz. Pero debe ser también la hora de la confianza suprema en la «gracia», que actúa de modo invisible, imprevisible, misterioso, precisamente también mediante el tormento de nuestra impotencia humana. Recordemos a San Pablo: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo «no nos ha de dar con El todas, las cosas?» (Rom 8, 31-32). Por esto sed siempre y sobre todo almas que oran, que adoran, que aman. Santa Catalina en una de sus oraciones decía: «En tu naturaleza, Deidad eterna, conoceré mi naturaleza». Y se preguntaba: «¿Cuál es mi naturaleza? Es fuego». (San Giovanni Paolo II – Discurso a las misionarias de la escuela, Castelgandolfo 25 de agosto de 1980)

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