Ser libres —según el programa de Cristo y de su Reino— no quiere decir goce, sino fatiga: la fatiga de la libertad. A precio de esta fatiga el hombre «no derrocha», sino que «recoge» y «acumula» con Cristo. ¡Mis queridos amigos! Esta unidad es vuestra tarea particular, si no queréis ceder, si no queréis rendiros a la unidad de ese otro programa, el que trata de realizar en el mundo, en la humanidad, en nuestra generación, y en cada uno de nosotros, aquel a quien la Sagrada Escritura llama también «padre de la mentira» (Jn 8, 44). (…) Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de la sencillez y de la claridad evangélica: «Sí, sí; no, no». Aprended a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso, aun cuando toda la moda y la propaganda fuesen contrarias a ello. Mediante esta sencillez y claridad se construye la unidad del Reino de Dios, y esta unidad es, al mismo tiempo, una madura unidad interior de cada hombre, es el fundamento de la unidad de los esposos y de las familias, es la fuerza de las sociedades: de las sociedades que acaso sienten ya, y sienten cada vez mejor, cómo se trata de destruirlas y descomponerlas desde dentro, llamando mal al bien, y pecado a la manifestación del progreso y de la liberación. (Santa Misa para los estudiantes universitarios como preparación a la Pascua, 26 de marzo de 1981)

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