La imagen, tomada de la naturaleza, describe con inmediatez y eficacia el misterio sobrenatural de la comunión de vida entre Jesús y los suyos. Como acontece en el caso de la vid y los sarmientos, también entre el Maestro y sus discípulos circula la misma savia vital, se transmite la misma vida divina, la vida eterna «que estaba en el Padre y se nos manifestó» (1 Jn 1, 2). Los sarmientos están unidos a la vid y de ella toman su alimento, para poder dar fruto. Del mismo modo, los discípulos están unidos al Señor y, gracias a esta unión existencial, pueden actuar espiritualmente y dar fruto: «Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (Jn 15, 4). Los sarmientos no tienen vida propia: viven sólo si permanecen unidos a la vid donde han brotado. Su vida se identifica con la de la vid. La misma savia circula entre la vid y los sarmientos; ambos dan el mismo fruto. Entre ellos existe, por consiguiente, un vínculo indisoluble, que simboliza muy bien el que existe entre Jesús y sus discípulos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15, 4). (San Juan Pablo II – Audiencia general 25 de enero de 1995)

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