«Dichosos los pobres… Dichosos los que ahora tenéis hambre… Dichosos los que lloráis… Dichosos vosotros cuando los hombres… proscriban vuestro nombre» por mi causa. ¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que sean saciados, que se alegren, que sean resarcidos de toda acusación falsa, en una palabra, porque ya desde ahora los acoge en su reino. Las bienaventuranzas se basan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido (cf. Lc 14, 11). De hecho, el evangelista san Lucas, después de los cuatro «dichosos vosotros», añade cuatro amonestaciones: «Ay de vosotros, los ricos… Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados… Ay de vosotros, los que ahora reís» y «Ay si todo el mundo habla bien de vosotros», porque, como afirma Jesús, la situación se invertirá, los últimos serán primeros y los primeros últimos» (cf. Lc 13, 30). (…) El Evangelio de Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero de modo inesperado y sorprendente. Jesús no propone una revolución de tipo social y político, sino la del amor, que ya ha realizado con su cruz y su resurrección. En ellas se fundan las bienaventuranzas, que proponen el nuevo horizonte de justicia, inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir un mundo mejor. (Benedicto XVI – Ángelus, 14 de febrero de 2010)

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