Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

Esta es la grandeza de Juan, un gran hombre, el último de ese grupo de creyentes que comenzó con Abraham, el que predica la conversión, el que no se anda con rodeos para condenar a los soberbios, el que al final de su vida se permite dudar. Y este es un hermoso programa para la vida cristiana. (…) Pidamos a Juan la gracia de la valentía apostólica para hablar siempre con la verdad, del amor pastoral, de acoger a las personas con lo poco que pueda dar, el primer paso. Dios dará el otro. Que el gran Juan, que es el más pequeño en el reino de los cielos, y por eso es grande, nos ayude en este camino siguiendo las huellas del Señor. (Papa Francisco, Homilía Santa Marta, 15 de diciembre de 2016)

La humanidad –todos nosotros– es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios no consiente que ocurra esto; no puede abandonar la humanidad a una situación tan miserable. Se alza en pie, abandona la gloria del cielo, para ir en busca de la oveja e ir tras ella, incluso hasta la cruz. La pone sobre sus hombros, carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el buen pastor, que ofrece su vida por las ovejas. (…) La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores.  (…)  La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud. (Benedetto XVI, Misa inicio pontificado del 24 de abril de 2005)

«Para Dios nada hay imposible…» (Lc 1, 37). Sólo con la omnipotencia que ama, sólo con la inescrutable potencia del amor de Dios se puede explicar el hecho de que la Virgen —hija de padres humanos y de generaciones humanas— se convierta en la Madre de Dios. Y, sin embargo, este hecho era incomprensible para Ella misma: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). Pero ¡»para Dios nada hay imposible»! Puesto que la omnipotencia del Eterno Padre y la infinita potencia de amor que actúa con la fuerza del Espíritu Santo hacen que el Hijo de Dios se convierta en hombre en el seno de la Virgen de Nazaret, entonces la misma potencia en previsión de los méritos del Redentor, preserva a su Madre de la herencia del pecado original. «¡Para Dios nada hay, imposible”! Escuchando la Palabra de Dios vivo, la cual nos habla desde lo profundo del primer adviento, salgamos al encuentro de todo lo que el tiempo del hombre y del mundo nos puede traer. Caminemos, unidos, a la Mujer por excelencia, María. (Juan Pablo II, Homilía del 8 de diciembre de 1981)

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