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Hemos oído la narración evangélica: con cinco panes de cebada y dos peces (…)  Jesús sacia el hambre de cerca de cinco mil hombres (…) El hombre, especialmente el de estos tiempos, tiene hambre de muchas cosas: hambre de verdad, de justicia, de amor, de paz, de belleza; pero, sobre todo, hambre de Dios. «¡Debemos estar hambrientos de Dios!», exclamaba San Agustín (famelici Dei esse debemusEnarrat. in psalm. 146, núm. 17: PL, 37, 1895 s.). ¡Es El, el Padre celestial, quien nos da el verdadero pan! (…) El pan que necesitamos es, también, la Palabra de Dios, porque, «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4 cf. Dt 8, 3). Indudablemente, también los hombres pueden pronunciar y expresar palabras de tan alto valor. Pero la historia nos muestra que las palabras de los hombres son, a veces, insuficientes, ambiguas, decepcionantes, tendenciosas; mientras que la Palabra de Dios está llena de verdad (cf. 2 Sam 7, 28; 1 Cor 17, 26); es recta (Sal 33, 4); es estable y permanece para siempre (cf. Sal 119, 89; 1 Pe 1, 25). (San Juan Pablo II – Homilía a Castel Gandolfo, 29 de julio de 1979)

En el Evangelio, Jesús habla del discernimiento con imágenes tomadas de la vida ordinaria; por ejemplo, describe al pescador que selecciona los peces buenos y descarta los malos; o al mercader que sabe identificar, entre muchas perlas, la de mayor valor. O el que, arando un campo, encuentra algo que resulta ser un tesoro (cf. Mt 13,44-48). (…) En el Juicio Final, Dios obrará el discernimiento —el gran discernimiento—hacia nosotros. Las imágenes del agricultor, el pescador y el mercader son ejemplos de lo que ocurre en el Reino de los Cielos, un Reino que se manifiesta en las acciones ordinarias de la vida, que nos exigen tomar posición. Por eso es tan importante saber discernir: las grandes elecciones pueden surgir de circunstancias que a primera vista parecen secundarias, pero que resultan ser decisivas. Por ejemplo, pensemos en el primer encuentro de Andrés y Juan con Jesús, un encuentro que nace de una simple pregunta: «Rabí, ¿dónde vives?» — «Venid y veréis» (cf. Jn 1,38-39), dice Jesús.Un intercambio muy breve, pero es el comienzo de un cambio que, paso a paso,marcará toda una vida. Años después, el evangelista seguirá recordando aquel encuentro que le cambió para siempre, también recordará la hora: «Eran como las cuatro de la tarde» (v. 39). Es la hora en que el tiempo y lo eterno se encontraron en su vida. Y en una decisión buena, correcta, se encuentra la voluntad de Dios con nuestra voluntad; se encuentra el camino presente con el eterno. Tomar una decisión correcta, después de un camino de discernimiento, es hacer este encuentro: el tiempo con lo eterno. (Papa Francisco – Audiencia general, 31 de agosto de 2022)

Se ora con valentía, porque cuando oramos, normalmente tenemos una necesidad. Dios es un amigo, un amigo rico, que tiene pan, que tiene lo que necesitamos. Es como si Jesús dijera: «En la oración, sean intrusivos, no se cansen». ¿No cansarse de qué? De pedir. Pidan y se les dará. Porque es un trabajo, un trabajo que nos exige fuerza de voluntad, perseverancia, determinación, sin vergüenza. ¿Por qué? Porque estoy llamando a la puerta de mi amigo. Dios es amigo, y con un amigo puedo lograrlo. Una oración constante e intrusiva. Pensemos en santa Mónica, por ejemplo. Cuántos años rezó, incluso con lágrimas, por la conversión de su hijo. El Señor finalmente le abrió la puerta. (Papa Francisco – Homilía Santa Marta, 11 de octubre de 2018)

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