Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

María Magdalena quería volver a tener a su Maestro como antes, considerando la cruz como un dramático recuerdo que era preciso olvidar. Sin embargo, ya no era posible una relación meramente humana con el Resucitado. Para encontrarse con él no había que volver atrás, sino entablar una relación totalmente nueva con él: era necesario ir hacia adelante. Lo subraya san Bernardo: Jesús «nos invita a todos a esta nueva vida, a este paso… No veremos a Cristo volviendo la vista atrás» (Discurso sobre la Pascua). Es lo que aconteció a Tomás. Jesús le muestra sus heridas no para olvidar la cruz, sino para hacerla inolvidable también en el futuro. Por tanto, la mirada ya está orientada hacia el futuro. El discípulo tiene la misión de testimoniar la muerte y la resurrección de su Maestro y su vida nueva.  (Benedicto XVI – Audiencia general 11 de abril de 2007)

Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana. (Benedicto XVI – Ángelus, 18 de julio de 2010)

Los Cantos del Siervo de Yahvéh encuentran amplia resonancia en el Nuevo Testamento, desde el comienzo de la actividad mesiánica de Jesús. Ya la descripción del bautismo en el Jordán permite establecer un paralelismo con los textos de Isaías. Escribe Mateo: “Bautizado Jesús. … he aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él” (Mt 3 16); en Isaías se dice: “He puesto mi espíritu sobre Él” (Is 42, 1). El Evangelista añade: “Mientras una voz del cielo decía: Esté es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt 3, 17), y en Isaías Dios dice del Siervo: “Mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42, 1). Juan Bautista señala a Jesús que se acerca al Jordán, con las palabras: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29), exclamación que representa casi una síntesis del contenido del Canto tercero y cuarto sobre el Siervo de Yahvéh sufriente. (…) Como los Evangelios, también los Hechos de los Apóstoles demuestran que la primera generación de los discípulos de Cristo, comenzando por los Apóstoles, está profundamente convencida de que en Jesús se cumplió todo lo que el Profeta Isaías había anunciado en sus Cantos inspirados: que Jesús es el elegido Siervo de Dios (cf. por ejemplo, Act 3, 13; 3, 26; 4, 27; 4, 30; 1 Pe 2, 22-25), que cumple la misión del Siervo de Yahvéh y trae la nueva ley, es la luz y alianza para todas las naciones (cf. Act 13, 46-47). (San Juan Pablo II – Audiencia general, 25 de febrero de 1987)

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