Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

Señor Jesús está vivo, que el Señor Jesús ha resucitado, que el Señor Jesús camina con nosotros, que el Señor Jesús nos salva, que el Señor Jesús dio su vida por nosotros, que el Señor Jesús es nuestra esperanza, que el Señor Jesús nos acoge siempre y nos perdona». He aquí «el testimonio». En consecuencia, prosiguió, «nuestra vida debe ser esto: un testimonio, (…) Por esta razón, «hoy quiero invitaros a rezar por nosotros, obispos: porque también nosotros somos pecadores, también nosotros tenemos debilidades, también nosotros corremos el peligro de Judas: también él había sido elegido columna». Sí, prosiguió, «también nosotros corremos el peligro de no rezar, de hacer algo que no es anunciar el Evangelio y expulsar los demonios». De ahí, la invitación a «rezar para que los obispos sean lo que Jesús quería, y que todos nosotros demos testimonio de la resurrección de Jesús». (Homilía da Santa Marta, 22 de enero de 2016)

El Padre, a través del Espíritu Santo, atrae a las personas hacia Jesús. Ésta es la verdad, ésta es la realidad que cada uno de nosotros siente cuando se acerca a Jesús. Los espíritus impuros tratan de impedírnoslo, nos hacen la guerra. Una vida cristiana sin tentaciones no es cristiana: es ideológica, es gnóstica, pero no es cristiana. Cuando el Padre atrae a la gente hacia Jesús, hay otro que rema contra ti y hace la guerra dentro de ti. […] Pensemos en cómo es nuestro corazón: ¿siento en mi corazón esta lucha entre la comodidad o el servicio a los demás, entre divertirme un poco o rezar y adorar al Padre? Entre una cosa y otra, ¿siento la lucha entre el deseo de hacer el bien o algo que me detiene? ¿Creo que mi vida mueve el corazón de Jesús? Si no creo esto, tengo que orar mucho para creerlo, para que me sea concedida esta gracia. […] Y pidamos al Señor que seamos cristianos que sepan discernir lo que sucede en el propio corazón y elegir bien el camino por el que el Padre nos lleva hacia Jesús. (Homilía desde Santa Marta, 19 de enero de 2017)

En los Evangelios, muchas páginas relatan los encuentros de Jesús con los enfermos y su compromiso por curarlos. Él se presenta públicamente como alguien que lucha contra la enfermedad y que vino para sanar al hombre de todo mal: el mal del espíritu y el mal del cuerpo. (…) Y cuando un padre o una madre, o incluso sencillamente personas amigas le llevaban un enfermo para que lo tocase y lo curase, no se entretenía con otras cosas; la curación estaba antes que la ley, incluso una tan sagrada como el descanso del sábado (cf. Mc 3, 1-6). Los doctores de la ley regañaban a Jesús porque curaba el sábado, hacía el bien en sábado. Pero el amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien: y esto va siempre en primer lugar.

Jesús manda a los discípulos a realizar su misma obra y les da el poder de curar, o sea de acercarse a los enfermos y hacerse cargo de ellos completamente (…) He aquí la tarea de la Iglesia. Ayudar a los enfermos, no quedarse en habladurías, ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; esta es la tarea.

La Iglesia invita a la oración continua por los propios seres queridos afectados por el mal. La oración por los enfermos no debe faltar nunca. Es más, debemos rezar aún más, tanto personalmente como en comunidad.  (Audiencia general, 10 de junio de 2015)

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