Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

Los que tienen la enfermedad de los fariseos y son cristianos que ponen su fe y su religiosidad en muchos mandamientos: Ah, debo hacer esto, debo hacer aquello. Cristianos de actitudes: “Pero ¿por qué hacéis esto?” “No, hay que hacerlo.” «¿Pero por qué?» “Ah, no sé, hay que hacerlo”. ¿Y dónde está Jesús? Un mandamiento es válido si viene de Jesús. (…) Pero, Padre, ¿cuál es la regla para ser cristiano con Cristo y no ser cristiano sin Cristo? ¿Y cuál es la “señal” de que una persona es cristiana con Cristo? La regla es sencilla: sólo vale lo que te lleva a Jesús, y sólo vale lo que viene de Jesús. Jesús es el centro, el Señor, como Él mismo dice. ¿Esto te lleva a Jesús? Adelante. ¿Este mandamiento, esta actitud viene de Jesús? Adelante. Pero si no te lleva a Jesús, y si no viene de Jesús, pero quién sabe, es un poco peligroso. La regla es: soy un buen cristiano, pero estoy en el camino de un buen cristiano, si hago lo que viene de Jesús y hago lo que me lleva a Jesús, porque Él es el centro. La señal es: ¿soy capaz de adorar? Adoración, la oración de adoración ante Jesús. Que el Señor nos haga comprender que sólo Él es el Señor, Él es el único Señor, y que nos dé también la gracia de amarlo tanto, de seguirlo, de ir adelante. camino que Él nos muestra. Él enseñó. (Homilía desde Santa Marta, 7 de septiembre de 2013)

También hoy la Virgen nos dice a todos: «Haced lo que os él os diga». Estas palabras son una valiosa herencia que nuestra Madre nos ha dejado. Y los siervos obedecen en Caná. «Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala”. Ellos lo llevaron» (vv. 7-8). En este matrimonio, realmente se estipula una Nueva Alianza y la nueva misión se confía a los siervos del Señor, es decir, a toda la Iglesia: «Haced lo que él os diga». Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su palabra. Es la recomendación simple y esencial de la Madre de Jesús, es el programa de vida del cristiano.

Me gustaría destacar una experiencia que seguramente muchos de nosotros hemos tenido en la vida. Cuando estamos en situaciones difíciles, cuando ocurren problemas que no sabemos cómo resolver, cuando a menudo sentimos ansiedad y angustia, cuando nos falta la alegría, id a la Virgen y decid: «No tenemos vino. El vino se ha terminado: mira cómo estoy, mira mi corazón, mira mi alma». Decídselo a la madre. E irá a Jesús para decir: «Mira a este, mira a esta: no tiene vino». Y luego, volverá a nosotros y nos dirá: «Haz lo que él diga».

Para cada uno de nosotros, extraer de la tinaja es equivalente a confiar en la Palabra y los Sacramentos para experimentar la gracia de Dios en nuestra vida. Entonces nosotros también, como el maestro de mesa que probó el agua convertida en vino, podemos exclamar: «Has guardado el vino bueno hasta ahora» (v. 10). Jesús siempre nos sorprende. Hablemos con la Madre para que hable con el Hijo, y Él nos sorprenderá.  (Ángelus, Plaza de San Pedro, 20 de enero de 2019)

«No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal» (v. 12). ¡Jesús se presenta como un buen médico! Él anuncia el Reino de Dios, y los signos de su venida son evidentes: Él cura de las enfermedades, libera del miedo, de la muerte y del demonio. Frente a Jesús ningún pecador es excluido —ningún pecador es excluido— porque el poder sanador de Dios no conoce enfermedades que no puedan ser curadas; y esto nos debe dar confianza y abrir nuestro corazón al Señor para que venga y nos sane. Llamando a los pecadores a su mesa, Él los cura restableciéndolos en aquella vocación que ellos creían perdida y que los fariseos han olvidado: la de los invitados al banquete de Dios. (…) Si los fariseos ven en los invitados sólo pecadores y rechazan sentarse con ellos, Jesús por el contrario les recuerda que también ellos son comensales de Dios. De este modo, sentarse en la mesa con Jesús significa ser transformados y salvados por Él. (…) Jesús no tenía miedo de dialogar con los pecadores, los publicanos, las prostitutas… ¡Él no tenía miedo: amaba a todos! Su Palabra penetra en nosotros y, como un bisturí, actúa en profundidad para liberarnos del mal que se anida en nuestra vida. A veces esta Palabra es dolorosa porque incide sobre hipocresías, desenmascara las falsas excusas, pone al descubierto las verdades escondidas; pero al mismo tiempo ilumina y purifica, da fuerza y esperanza, es un reconstituyente valioso en nuestro camino de fe. (Audiencia general, 13 de abril de

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