Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro. Y esta cercanía de Dios con su pueblo es una costumbre suya, desde el principio, incluso desde el Antiguo Testamento. Le dijo al pueblo: “Piensa: ¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como yo lo estoy contigo?” (cf. Dt 4,7). Y esta cercanía se hizo carne en Jesús. Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, no, sino por amor. Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de sentirnos amados. (DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS, Basílica de San Pedro III Domingo del Tiempo Ordinario, 26 de enero de 2020)

Hermanos, hermanas, ¡abramos el corazón a la inquietud, pidamos el valor para avanzar en el camino y finalicemos en la adoración! No tengamos miedo, es el recorrido de los Magos, es el recorrido de todos los santos de la historia: recibir las inquietudes, ponerse en camino y adorar. Hermanos y hermanas, no dejemos que se apague en nosotros la inquietud de las preguntas, no detengamos nuestro caminar cediendo a la apatía o a la comodidad; y rindámonos, encontrándonos con el Señor, al asombro de la adoración. Entonces descubriremos que una luz ilumina también las noches más oscuras, es Jesús, es la estrella radiante de la mañana, el sol de justicia, el fulgor misericordioso de Dios, que ama a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra. (Misa Epifanía 6 de enero de 2023)

El Evangelio (…) presenta el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos. La escena se desarrolla en el río Jordán, el día después del bautismo de Jesús. El mismo Juan Bautista señala al Mesías a dos de ellos con estas palabras: «¡He ahí el Cordero de Dios!» (v. 36). Y aquellos dos, fiándose del testimonio del Bautista, siguen a Jesús que se da cuenta y pregunta: «¿Qué buscáis?» y ellos le preguntan: «Maestro, ¿dónde vives?» (v. 38). Jesús no contesta: “Vivo en Cafarnaúm o en Nazaret”, sino que dice: «Venid y lo veréis» (v. 39). No es una tarjeta de visita, sino la invitación a un encuentro. Los dos lo siguen y se quedan con Él esa tarde. (…) Y ellos, tantos años después, se acordaban incluso de la hora, no podían olvidar este encuentro tan feliz, tan pleno, que había cambiado sus vidas. Luego, cuando salen de este encuentro y vuelven con sus hermanos, esta alegría, esta luz se desborda de sus corazones como una riada. Uno de los dos, Andrés, dice a su hermano Simón —a quien Jesús llamará Pedro cuando lo encuentre—: «Hemos encontrado al Mesías» (v. 41). Se fueron seguros de que Jesús era el Mesías, convencidos. Detengámonos un momento en esta experiencia de encuentro con Cristo que nos llama a estar con Él. Cada llamada de Dios es una iniciativa de su amor. Siempre es Él quien toma la iniciativa, Él te llama. Dios llama a la vida, llama a la fe, y llama a un estado de vida particular. “Yo te quiero aquí”. La primera llamada de Dios es a la vida; con ella nos constituye como personas; es una llamada individual, porque Dios no hace las cosas en serie. (Ángelus, 17 de enero de 2021)

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