Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

Recibir el bautismo era un signo externo y visible de la conversión de quienes escuchaban su predicación y decidían hacer penitencia. (…) La conversión implica el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos, el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida. Para excluir el pecado, hay que rechazar también todo lo que está relacionado con él, las cosas que están ligadas al pecado y, esto es, hay que rechazar la mentalidad mundana, el apego excesivo a las comodidades, el apego excesivo al placer, al bienestar, a las riquezas. El ejemplo de este desapego nos lo ofrece una vez más el Evangelio de hoy en la figura de Juan el Bautista: un hombre austero, que renuncia a lo superfluo y busca lo esencial. El abandono de las comodidades y la mentalidad mundana no es un fin en sí mismo, (…) sino que tiene como objetivo lograr algo más grande, es decir, el reino de Dios, la comunión con Dios, la amistad con Dios. (Ángelus, 6 de diciembre de 2020)

En el principio: son las primeras palabras de la Biblia, las mismas con las que comienza el relato de la creación: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Hoy el Evangelio dice que Aquel que hemos contemplado en su Natividad, como niño, Jesús, existía antes: antes del comienzo de las cosas, antes del universo, antes de todo. Él está antes del espacio y el tiempo. «En Él estaba la vida»» (Jn 1,4) antes de que apareciera la vida. San Juan lo llama Verbo, es decir, Palabra. ¿Qué quiere decirnos? La Palabra sirve para comunicar: no se habla solo, se habla con alguien. (…) Así pues, el hecho de que Jesús sea desde el principio la Palabra significa que desde el principio Dios se quiere comunicar con nosotros, quiere hablarnos. El Hijo unigénito del Padre (cf. v. 14) quiere decirnos la belleza de ser hijos de Dios. (…) Este es el mensaje maravilloso de hoy: Jesús es la Palabra, la Palabra eterna de Dios, que desde siempre piensa en nosotros y desea comunicar con nosotros. Y para hacerlo, fue más allá de las palabras. (…) Se hizo carne y no se volvió atrás. No asumió nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. No, nunca se separó de nuestra carne. Y jamás se separará de ella…  (Ángelus, 3 de enero de 2021)

El Evangelio (cf. Lucas 2, 22-40) cuenta que, cuarenta días después de su nacimiento, los padres de Jesús llevaron al Niño a Jerusalén para consagrarlo a Dios, como prescribe la ley judía. Y, mientras describe un rito previsto por la tradición, este episodio llama nuestra atención sobre el comportamiento de algunos personajes. Están reflejados en el momento en que experimentan el encuentro con el Señor en el lugar donde se hace presente y cercano al hombre. Estos son María y José, Simeón y Ana, que son modelos de acogida y entrega de sus vidas a Dios. (…) El evangelista Lucas describe a los cuatro en una doble actitud: actitud de movimiento y actitud de admiración. La primera actitud es el movimiento. María y José se ponen en camino hacia Jerusalén; por su parte, Simeón, movido por el Espíritu, va al templo, mientras que Ana sirve a Dios día y noche sin descanso. De esta manera, los cuatro protagonistas del pasaje evangélico nos muestran que la vida cristiana requiere dinamismo y requiere la voluntad de caminar, dejándose guiar por el Espíritu Santo. (…) Estas figuras de creyentes están envueltas en la admiración, porque se dejaron capturar e involucrar por los eventos que estaban sucediendo ante sus ojos. La capacidad de maravillarse ante las cosas que nos rodean favorece la experiencia religiosa y hace fructífero el encuentro con el Señor. Por el contrario, la incapacidad de admirar nos hace indiferentes y amplía la distancia entre el viaje de la fe y la vida cotidiana. ¡Hermanos y hermanas, siempre en movimiento y dejándonos abiertos a la admiración! (Ángelus, 2 de febrero de 2020)

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