Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

La predicación evangélica nace de la gratuidad, del estupor de la salvación que llega; y eso que he recibido gratuitamente, debo darlo gratuitamente. Desde el inicio eran así, San Pedro no tenía una cuenta en el banco, y cuando tenía que pagar los impuestos el Señor lo envió al mar a pescar un pez y encontrar la moneda dentro del pez, para pagar (…) Todo es gracia, Todo. ¿Y cuáles son los signos cuando un apóstol vive esta gratuidad? Primero la pobreza. El anuncio del Evangelio debe pasar por el camino de la pobreza y su testimonio: «No tengo riquezas, mi riqueza es sólo el don que he recibido de Dios. Esta gratuidad es nuestra riqueza». Es una pobreza que «nos salva de convertirnos en organizadores, empresarios». (…) «cuando encontramos apóstoles que quieren hacer una Iglesia rica, una Iglesia sin la gratuidad de la alabanza», la Iglesia «envejece, se convierte en una ONG, no tiene vida». Pidamos hoy al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad. «Gratuitamente recibiste, da gratuitamente». Reconozcamos esta gratuidad, este don de Dios. Y avancemos también nosotros en la predicación del Evangelio con esta gratuidad. (Papa Francisco – Homilía en Santa Marta, 11 de junio de 2013)

El Evangelio (…)  (Lc 12, 32-48) nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu en vela, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nosotros mismos. Este es un aspecto fundamental de la vida. (…) En este caso, el evangelista Lucas nos presenta a Jesús caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino los educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de alma. Entre estas actitudes está el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, precisamente, la vigilancia interior, la espera activa del reino de Dios. Para Jesús es la espera del regreso a la casa del Padre. (Papa Francisco – Ángelus, 11 agosto 2013)

Hemos oído la narración evangélica: con cinco panes de cebada y dos peces (…)  Jesús sacia el hambre de cerca de cinco mil hombres (…) El hombre, especialmente el de estos tiempos, tiene hambre de muchas cosas: hambre de verdad, de justicia, de amor, de paz, de belleza; pero, sobre todo, hambre de Dios. «¡Debemos estar hambrientos de Dios!», exclamaba San Agustín (famelici Dei esse debemusEnarrat. in psalm. 146, núm. 17: PL, 37, 1895 s.). ¡Es El, el Padre celestial, quien nos da el verdadero pan! (…) El pan que necesitamos es, también, la Palabra de Dios, porque, «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4 cf. Dt 8, 3). Indudablemente, también los hombres pueden pronunciar y expresar palabras de tan alto valor. Pero la historia nos muestra que las palabras de los hombres son, a veces, insuficientes, ambiguas, decepcionantes, tendenciosas; mientras que la Palabra de Dios está llena de verdad (cf. 2 Sam 7, 28; 1 Cor 17, 26); es recta (Sal 33, 4); es estable y permanece para siempre (cf. Sal 119, 89; 1 Pe 1, 25). (San Juan Pablo II – Homilía a Castel Gandolfo, 29 de julio de 1979)

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