Archivo de la categoría ‘Palabras del Santo Padre’

¿Por qué estos doctores de la ley no comprendían las señales de los tiempos? ¿Y pidieron una señal extraordinaria? Jesús se la dio. ¿Por qué no comprendían? Primero, porque estaban cerrados. Estaban encerrados en su sistema; tenían la Ley muy bien organizada. Una obra maestra. Todos los judíos sabían lo que se podía y lo que no se podía hacer; todo estaba resuelto. Y allí estaban seguros. No entendían que Dios es el Dios de las sorpresas. Que Dios siempre es nuevo. Nunca se niega a sí mismo. Nunca. Pero siempre nos sorprende. Y no lo entendieron y se encerraron en ese sistema, creado con tanta buena voluntad, y le pidieron a Jesús: «¡Pero danos una señal!», y no comprendieron las muchas señales que Jesús dio que indicaban que el momento había llegado. Cerramiento. Segundo, habían olvidado que eran un pueblo en camino. Y cuando uno está en camino, siempre encuentra cosas nuevas: ¿estoy apegado a mis cosas, a mis ideas, estoy cerrado o estoy abierto al Dios de las sorpresas? ¿Soy una persona estática o en camino? ¿Creo en Jesucristo, en Jesús, en lo que hizo, en su muerte, en su resurrección y en el fin de la historia? ¿O creo que el camino continúa hacia la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de comprender los signos de los tiempos? Podemos hacernos estas preguntas hoy y pedirle al Señor un corazón que ame la Ley, porque es la Ley de Dios, que ame también las sorpresas de Dios y que sepa que esta santa Ley no es un fin en sí misma. (Papa Francisco – Homilía en Santa Marta, 13 de octubre de 2014)

«¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11,27). Así exclamó «una mujer entre la multitud», deseando expresar su admiración por todo lo que Jesús hizo y enseñó. En sus palabras, la admiración por el Hijo se traslada a la Madre. La mujer es consciente, de manera particular, de que ser hombre, ser «hijo del hombre» (como Jesús solía decir de sí mismo), significa nacer de una mujer, nacer de una madre. […] Esta «mujer entre la multitud» quizá no sepa que, al pronunciar esas palabras, está incluso cumpliendo el anuncio profético de María en el «Magníficat»: «Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48). La «mujer entre la multitud», cuyo grito quedó registrado en el Evangelio de Lucas, pertenece a la primera generación de quienes llamaron «bienaventurada» a la Madre del Redentor. […] Es significativo que a este grito de «una mujer de entre la multitud», Jesús responda: «Bienaventurados, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). ¿Quizás quiso desviar la atención de su Madre terrena con esta manera? Aparentemente, tal vez. Pero, en esencia, el Hijo de María explicó aún más claramente en su respuesta por qué ella es bienaventurada. Porque su maternidad humana es bienaventurada. De hecho, la frase sobre «los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» se refiere por excelencia a ella, a María. ¿No es su propia maternidad el fruto de su «escucha» de la palabra de Dios? ¿No es el fruto de su perfecto «consentimiento» a ella? (San Juan Pablo II – Homilía en la Santa Misa para los Universitarios de Roma, 16 de diciembre de 1987)

En los evangelios sinópticos, a la confesión de san Pedro sigue siempre el anuncio por parte de Jesús de su próxima pasión. Un anuncio ante el cual Pedro reacciona, porque aún no logra comprender. Sin embargo, se trata de un elemento fundamental; por eso Jesús insiste con fuerza. En efecto, los títulos que le atribuye san Pedro —tú eres «el Cristo», «el Cristo de Dios», «el Hijo de Dios vivo»— sólo se comprenden auténticamente a la luz del misterio de su muerte y resurrección. Y es verdad también lo contrario:  el acontecimiento de la cruz sólo revela su sentido pleno si «este hombre», que sufrió y murió en la cruz, «era verdaderamente Hijo de Dios», por usar las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado (cf. Mc 15, 39). Estos textos dicen claramente que la integridad de la fe cristiana se da en la confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de Jesús sobre su «camino» hacia la gloria, es decir, sobre su modo absolutamente singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un «camino» estrecho, un «modo» escandaloso para los discípulos de todos los tiempos, que inevitablemente se inclinan a pensar según los hombres y no según Dios (cf. Mt 16, 23). También hoy, como en tiempos de Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe:  es necesario aprender siempre de nuevo del Señor el modo propio como él es el Salvador y el camino por el que debemos seguirlo. (Papa Benedicto XVI, Homilía Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 2007)

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