La imagen, tomada de la naturaleza, describe con inmediatez y eficacia el misterio sobrenatural de la comunión de vida entre Jesús y los suyos. Como acontece en el caso de la vid y los sarmientos, también entre el Maestro y sus discípulos circula la misma savia vital, se transmite la misma vida divina, la vida eterna «que estaba en el Padre y se nos manifestó» (1 Jn 1, 2). Los sarmientos están unidos a la vid y de ella toman su alimento, para poder dar fruto. Del mismo modo, los discípulos están unidos al Señor y, gracias a esta unión existencial, pueden actuar espiritualmente y dar fruto: «Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí» (Jn 15, 4). Los sarmientos no tienen vida propia: viven sólo si permanecen unidos a la vid donde han brotado. Su vida se identifica con la de la vid. La misma savia circula entre la vid y los sarmientos; ambos dan el mismo fruto. Entre ellos existe, por consiguiente, un vínculo indisoluble, que simboliza muy bien el que existe entre Jesús y sus discípulos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15, 4). (San Juan Pablo II – Audiencia general 25 de enero de 1995)

Mateo 13, 1-9

Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: 

“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”. 

Éxodo 16, 1-5. 9-15

El día quince del segundo mes, después de salir de Egipto, toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, entre Elim y el Sinaí. 

Toda la comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: “Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. 

Entonces dijo el Señor a Moisés: “Voy a hacer que llueva pan del cielo. Que el pueblo salga a recoger cada día lo que necesita, pues quiero probar si guarda mi ley o no. El día sexto recogerán el doble de lo que suelen recoger cada día y guardarán una parte para el día siguiente”. 

Moisés le dijo a Aarón: “Di a la comunidad de los israelitas: ‘Vengan ante la presencia del Señor, porque él ha escuchado las quejas de ustedes’ ”. Mientras Aarón hablaba a toda la asamblea, ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor, que aparecía en una nube. 

El Señor le dijo a Moisés: “He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles de parte mía: ‘Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que yo soy el Señor, su Dios’ ”. 

Aquella misma tarde, una bandada de codornices cubrió el campamento. A la mañana siguiente había en torno a él una capa de rocío que, al evaporarse, dejó el suelo cubierto con una especie de polvo blanco, semejante a la escarcha. Al ver eso, los israelitas se dijeron unos a otros: “¿Qué es esto?”, pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: “Este es el pan que el Señor les da por alimento”. 

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