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«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 27). En este día de Resurrección, él la da en plenitud y esa paz se convierte para la comunidad en fuente de alegría, en certeza de victoria, en seguridad por apoyarse en Dios. También a nosotros nos dice: «No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 1)Después de este saludo, Jesús muestra a los discípulos las llagas de las manos y del costado (cf. Jn 20, 20), signos de lo que sucedió y que nunca se borrará: su humanidad gloriosa permanece «herida». Este gesto tiene como finalidad confirmar la nueva realidad de la Resurrección: el Cristo que ahora está entre los suyos es una persona real, el mismo Jesús que tres días antes fue clavado en la cruz. Y así, en la luz deslumbrante de la Pascua, en el encuentro con el Resucitado, los discípulos captan el sentido salvífico de su pasión y muerte. Entonces, de la tristeza y el miedo pasan a la alegría plena. La tristeza y las llagas mismas se convierten en fuente de alegría. La alegría que nace en su corazón deriva de «ver al Señor» (Jn 20, 20). Él les dice de nuevo: «Paz a vosotros» (v. 21). Ya es evidente que no se trata sólo de un saludo. Es un don, el don que el Resucitado quiere hacer a sus amigos, y al mismo tiempo es una consigna: esta paz, adquirida por Cristo con su sangre, es para ellos pero también para todos nosotros, y los discípulos deberán llevarla a todo el mundo. (Papa Benedicto XVI – Audiencia general, 11 de abril de 2012)

podemos preguntarnos: ¿qué hemos de hacer para permanecer en este amor? Dice Jesús: «Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (v. 10). Jesús resumió sus mandamientos en uno solo, este: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12). (…) Amar como Cristo significa decir no a otros “amores” que el mundo nos propone: amor al dinero —quien ama el dinero no ama como ama Jesús—, amor al éxito, a la vanidad, al poder… Estos caminos engañosos de “amor” nos alejan del amor al Señor y nos llevan a ser cada vez más egoístas, narcisistas, prepotentes. La prepotencia conduce a una degeneración del amor, a abusar de los demás, a hacer sufrir a la persona amada. Pienso en el amor enfermo que se transforma en violencia —¡y cuántas mujeres son víctimas de la violencia hoy en día!—. Esto no es amor. Amar como ama el Señor quiere decir apreciar a la persona que está a nuestro lado y respetar su libertad, amarla como es, no como nosotros queremos que sea, como es, gratuitamente. En definitiva, Jesús nos pide que permanezcamos en su amor, que habitemos en su amor, no en nuestras ideas, no en el culto a nosotros mismos. Quien habita en el culto de sí mismo, habita en el espejo: siempre está mirándose. Jesús nos pide que abandonemos la pretensión de dirigir y controlar a los demás. No debemos controlarlos, sino servirlos. Abrir el corazón a los demás: esto es amor, donarnos a ellos. (Papa Francisco – Regina Caeli, 9 de mayo de 2021)

Deseo exhortaros a tener siempre confianza total en la acción de la gracia divina. (…) Efectivamente, Jesús insiste en que permanezcamos en El, en permanecer en su amor, en que seamos sarmientos injertados en la Vid, para dar frutos abundantes; Jesús advierte claramente: «Sin mí no podéis hacer’ nada» (Jn 15, 5) e invita a orar siempre sin desfallecer jamás (Lc 18, 1). En las varías crisis actuales de las ideas y de las costumbres a veces podemos sentirnos desilusionados y derrotados; sentir como la hora de Getsemaní, la hora de la cruz. Pero debe ser también la hora de la confianza suprema en la «gracia», que actúa de modo invisible, imprevisible, misterioso, precisamente también mediante el tormento de nuestra impotencia humana. Recordemos a San Pablo: «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo «no nos ha de dar con El todas, las cosas?» (Rom 8, 31-32). Por esto sed siempre y sobre todo almas que oran, que adoran, que aman. Santa Catalina en una de sus oraciones decía: «En tu naturaleza, Deidad eterna, conoceré mi naturaleza». Y se preguntaba: «¿Cuál es mi naturaleza? Es fuego». (San Giovanni Paolo II – Discurso a las misionarias de la escuela, Castelgandolfo 25 de agosto de 1980)

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